"La vida es inmediata, el empleo cuenta,
el placer domina todo después del trabajo.
¿Por qué aprender algo, excepto apretar botones,
enchufar conmutadores, encajar tornillos y tuercas?"
Ray Bradbury.
La muerte de Ray Bradbury me ha afectado profundamente, en especial porque con su desaparición parecen arraigarse las ideas que presentó en sus libros. De alguna manera siento que al morir él, la desgracia humana, la deshumanización, el control del régimen, el desorden ecológico, la pérdida del sentido de la vida, entre otros tantos males que este fantástico escritor rastreó en el “desarrollo” de la humanidad, ya no tendrán quien los denuncie con increíble anticipación de profeta y, peor aún, quien nos incite a mirar hacia adentro, hacia nosotros en vez de a los estantes repletos de artículos de entretenimiento cada vez más alienantes, a las inmensas paredes de pantallas o a las diminutas pantallas de bolsillo, que hablan y a las que hablamos, que muestran y nosotros tocamos.
Veo su muerte como insondable indicio de las desgracias de la humanidad, pues, en el mundo globalizado, siendo controlados por la tecnología, cada vez nos comunicamos menos y, tristemente, lo verdaderamente importante se encuentra cada vez más lejano. Teléfonos, edificios, electrodomésticos “inteligentes” proliferan, pero, ¿Los seres inteligentes? ¿Las personas con criterio? ¿Las personas con sentimientos? ¿Los seres sensibles que aprecian el arte? Parece que hubiésemos sido lanzados a una terrible carrera que nos conduce a convertirnos en objetos, cuyo único fin es alimentar vanos deseos y efímeros apetitos, todos ellos pagados con nuestra identidad, si es que aún nos queda alguna, con nuestra sangre, con el desgaste diario del trabajo honesto, de la máquina averiada que tercamente se empeña en continuar funcionando.
En este mundo donde la intimidad parece desaparecer, y lo peor, somos nosotros quienes la entregamos a cambio de pretender lucir nuestro mejor “perfil” ante la comunidad virtual; en este mundo donde las personas tienen sexo sin tocarse, declaran su amor sin mirarse, se vengan con fotomontajes y son infieles con mensajes instantáneos; en este mundo, los bomberos que queman grandes obras literarias, ya no son necesarios, nosotros mismos estamos convirtiendo en ceniza los libros al abandonarlos a su triste suerte en las bibliotecas que cada vez reciben menos visitantes, al abarrotar los estantes con narraciones baratas y recetas para el éxito que no son otra cosa que manuales de los poderosos para aumentar la falsa comodidad imbécil del hombre actual. Todo ha desaparecido o tiende a hacerlo ¿Qué quedará de nosotros? Y ni siquiera puedo decir que estas palabras se las llevará el viento, porque seguramente será la CIA o el cobro por publicar en la red lo que las disipe.
Me quedo entonces inmensamente triste por la muerte de, tal vez, uno de los escritores que más he admirado, leído, releído y disfrutado, pensando que tras su merecido descanso, ya no tendré que ir en expedición a Marte para que me internen en el manicomio y luego, por incurable e incomprendido, la mano del régimen me arrastre a la fosa.
Por: Rafael Navajas Duque - https://www.facebook.com/rnavajasd