¿Qué pasa con el festival y la industria local?

 

Por Camilo Olaya Zea - https://www.facebook.com/kamiloolaya

 

Ilustración por Nicolás Jiménez - https://www.facebook.com/nicobasss

 

Hablar bien o mal de Rock al Parque, este magno evento capitalino es relativamente fácil, y las redes sociales son un buen lugar para que factores en contra y a favor se desplieguen en críticas y halagos, muchas veces sencillamente basados en impresiones y emociones que todo lo que en su entorno genera, y más bien pocas veces bajo la mirada objetiva y cercana de los protagonistas de una escena notoriamente en subdesarrollo, que se pregunta qué pasa más allá de los tres días de concierto y el fugaz alboroto mediático.

 

La vigésima edición del festival trae consigo una vez más muchos planteamientos e inquietudes sobre su papel dentro del engranaje de lo que podría ser la industria del rock nacional y sus afines genéricos.

 

Si pusiéramos a un lado de la balanza todos los recursos económicos y humanos invertidos en él, y en el otro los beneficios reales para la escena, el desequilibrio saltaría a la vista, pues todo lo que queda lejano de las fechas de calendario de su realización, responde a una realidad impotente y austera.

 

Más allá de la Misión-Visión que plantea IDARTES, muchos nos preguntamos cuál es la intención que persigue en sí este evento multitudinario, ¿es acaso la de apoyar una escena y el oficio de rockero? ¿Es ofrecer la oportunidad a los espectadores de shows gratuitos a costas del presupuesto del distrito? ¿Es traer grandes bandas para enriquecer el aprendizaje de los músicos? ¿Justificar la inversión pública en el sector juvenil (principal asistente)? ¿Es nutrir y fortalecer una industria? Estas y muchas otras interrogantes nos podríamos hacer, pero lo que sí es seguro es que un solo festival no puede crear, desarrollar, y hacer sostenible una industria como la del rock nacional, para eso, se necesitan muchos otros factores conjugados e integrados que van más allá de nuestro querido fin de semana en el Parque Simón Bolívar.

 

La escena de la música alternativa nacional (porque claramente este no es, ni ha sido un festival de solo rock), está conformada por los artistas, el público, los técnicos, los medios de comunicación, las escuelas, los empresarios, sellos, managers, agentes, y lugares de encuentro como bares, auditorios y festivales. Es una red, donde todos y cada uno de sus elementos juegan un papel importante en dicha cadena, y que durante años ha marchado con una mínima conexión entre sí, sin objetivos comunes y con una triste indiferencia que en términos generales, intenta desaparecer durante los días del evento.

 

Un artista no puede hacer viable su proyecto si los medios de comunicación no difunden su material (a pesar de que las redes sociales hacen una gran labor), no pasa nada si su trabajo no genera que los empresarios se interesan en él, si estos (empresarios) en su -muchas veces- afán egoísta no ofrecen condiciones ideales para su trabajo a los músicos o simplemente no cuentan con ellos, si las bandas no exponen la calidad, entrega, y condiciones técnicas que un espectador se merece, si la mayoría de los dueños de los sitios no entienden el valor de la música en vivo, si los medios de comunicación siguen enfocándose en la visión foránea de géneros que producimos hace ya rato en nuestra región, si no hay capacitación entre los artistas para las muchas luchas que su carrera le impondrá, y finalmente, si el público no responde de manera tangible a las propuestas que plantean los músicos (monetizar el trabajo).

 

Es acá donde debemos reconocer el gran giro que viene dando el festival en los últimos años, con la incorporación de componentes como el académico, por medio de talleres, seminarios, clases magistrales; componentes empresariales dirigidos al emprendimiento, desarrollo y planeación administrativa de proyectos artísticos, así como la posibilidad de exposición de material de productos relacionados con la industria en espacios como la carpa distrito y las ruedas de negocios dando así respuesta a algunas de las más prioritarias necesidades que exige y reclama una escena en desarrollo ávida de un fortalecimiento estructurado para su crecimiento. Tristemente, la mayoría de las bandas que participan por primera vez no aprovechan estas grandes oportunidades que podrían afianzar su camino hacia la música como profesión, y no como un simple hobbie.

 

Rock al Parque es una gran ocasión, pero desafortunadamente se convirtió en la columna vertebral del rock nacional (digo desafortunadamente, porque 20 años después, muchas de las bandas que se presentan a la convocatoria, siguen pensando que es la panacea del  circuito colombiano), y de manera errónea sobrestiman el impacto promocional fugaz que en su momento este certamen ofrece, descuidando los verdaderos factores que le dan vida a una carrera profesional como el concepto, estrategia, trabajo organizado, calidad, disciplina, estudio, el direccionamiento empresarial de el artista, así como el planteamiento de una propuesta real en la sociedad. [Ver LA TRANSMISIÓN DE ROCK AL PARQUE DEJA MUCHO QUE DESEAR]

 

No puedo negar que a veces me pregunto con ironía si el espíritu del rock, históricamente contracultural y anti sistémico, realmente necesita del apoyo y soporte de las instituciones públicas para salir adelante, o sencillamente es parte de ese concepto tercermundista que nos engancha fácilmente con ideas paternalistas donde creamos dependencia de algo, y sentimos que nos deben dar todo por sentado y patrocinado, para en caso de no recibir el apoyo, tener la excusa para justificar nuestro fracaso.

 

Lo cierto es que yo puedo recordar que antes de este gran festival, el concepto de grandes tarimas y montajes para bandas colombianas, ruedas de negocios, ruedas de prensa para medios alternativos, roadies, ingenieros de audio, Managers, Backline, Camerinos, Epk, y muchas otras cosas ya comunes y de uso obligado en el medio actualmente, eran solo un privilegio para los internacionales, y ahora nos encontramos con una escena técnicamente muy evolucionada en ese segmento, y de paso fuente de materia prima, y recursos humanos y técnicos para géneros diferentes al rock nacional, que hoy por hoy  han aprovechado el aprendizaje y fogueo que este tipo de festivales ofrece, por ejemplo, dese una pasadita por los equipos técnicos y musicales de artistas un tanto ajenos al rock local pero exitosos a nivel mediático como Carlos Vives, Fonseca, Andrés Cepeda, Santiago Cruz, Cabas, etc y encontrará su semillero profesional en el rock nacional que le deben mucho su aprendizaje a certámenes como R.A.P. y cercanos.

 

Este festival está pensado para un público que no tiene las posibilidades económicas para pagar los inflados precios que deben fijar los empresarios privados para traer carteles de peso a el país, es una oportunidad de oro para encontrase con bandas que han forjado la historia de estos géneros alternativos y a interesantes propuestas musicales que de otra forma no podríamos acceder, así como esos mágicos descubrimientos con los que como espectadores nos hemos encontrado en pasadas ediciones y han marcado un especial momento en nuestras vidas.

 

Asuntos como la entrada libre al parque no deberían trasnocharnos ya que nos encanta la idea de pensar que mal acostumbramos a los espectadores a ver gratis a las agrupaciones y que luego no quieren pagar por entrar; argumento realmente débil, pues en otros géneros, igual hacen eventos gratuitos y más que afectarlos, los fortalece, pues el verdadero seguidor siempre pagará por ver a sus artistas favoritos, y es otra justificación más cuando no se ha realizado un trabajo sólido en su carrera. Además, en la mayoría de ciudades donde no hay Rock al parque, o un símil, la situación es igual.

 

Y nos preguntamos ¿dónde están los ochenta o noventa mil metaleros que van el sábado a atiborrar el Simón Bolívar cuando las mismas bandas tocan en un bar pagando entrada? Caso contrario al de la creciente ola Neo-folclorista que cada vez más se consolida en una escena underground, con el mismo casi inexistente apoyo de los medios Mainstream, pero con una apropiada conectividad entre los elementos que configuran su circuito. O el mismo interesante crecimiento de una escena como la del Reggae y afines, que aprovecha Rock al parque. Pero no se queda ahí y va mucho más allá de un fin de semana al año. Recordemos que Rock al parque no es el objetivo final, sino una buenísima herramienta que cada uno le sacará o no provecho, la respuesta está por otro lado.

 


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