Por Diana Varón - www.facebook.com/dianaalexandra.v.cardenas
En estos días de agitación social, en donde los y las campesinas se han tomado las carreteras del país para interrumpir las prácticas cotidianas que dan sentido a sus vidas tales como sembrar, compartir un desayuno con sus familias, arar u ordeñar, se ha podido presenciar un avivamiento del sentido de lo colectivo tan refundido en los y las sujetas en Colombia.
En los últimos años, hemos sido testigos -y algunos partícipes- de procesos y trayectorias donde se reivindican la causa Lgbti, feminista, juvenil, entre otras. Estos y muchos más procesos sociales son de considerable relevancia ya que han conseguido transformar marcos jurídicos, políticos y culturales aparentemente fijos o cristalizados. En el último año se han librado luchas para que se reconozca social y jurídicamente el matrimonio entre parejas del mismo sexo, desde décadas atrás las mujeres se han peleado posiciones igualitarias y equitativas en ámbitos laborales y familiares, a partir del 2011 los y las jóvenes vienen disputándose la posibilidad de lograr educación gratuita y de calidad, así como no ser participes en la guerra apelando a la objeción de conciencia.
Aunque estas luchas por conseguir espacios de reconocimiento, o la simple posibilidad de ser, han logrado movilizar a cientos-miles de personas, puedo decir que no había visto que alguna de estas reivindicaciones vinculara de manera masiva -presencial y virtual- a un enorme número de colombianos y colombianas, tal como lo logró la causa campesina. Y aclaro, con esto no quiero restar importancia a los otros procesos colectivos, así como tampoco expresar que alguno es mejor que otro, solamente lo digo porque he podido percibir que siempre existe algún tipo de reserva o reparo –la mayoría de las veces moral- que impide apoyar irrestrictamente algunas de estas demandas.
Sin embargo, el sentir del campesino junto con lo que han mostrado simbolizar para nosotros -humildad, naturaleza, tierra, semilla, vida, esfuerzo, nobleza-, nos ha interpelado fuertemente. La situación que están atravesando los y las campesinas, -generada por razones históricas- nos ha hecho llorar, indignar, angustiar, nos ha hecho sentir impotencia, rabia, sacar cacerolas, ponernos ruana, expresarnos de la misma manera como lo hacen ellos. Ante esto me pregunto ¿Quién no ha sentido renacer la esperanza en estos días?
Aún así, pensemos un poco sobre el sentido de esa esperanza para que no se funde solamente en el hecho de ver plazas y calles llenas de personas –cosa que también es vital en un país acostumbrado a callar. Quisiera creer que la cuestión podría ir mas allá, que sentirnos identificados con los y las campesinas ha permitido re-descubrir eso que a veces sentimos está tan oculto en las personas que vivimos en este país: el simple hecho de ser personas, de ser humanos con afectos que nos vinculan positivamente a otros y otras a quienes no necesariamente conocemos.
[VER Una lucha por la vida]