Por Andrés Gómez - @dresnapolux
La música hace habitables las ciudades. Aunque sea una metáfora del ruido, les otorga identidad o en los mejores casos estilo. Pero no todas logran sincronizar la música con el ritmo en que se mueven sus habitantes diurnos y nocturnos, los subterráneos. Algunas sí, para el caso Seattle o Manchester…Puede decirse que a pesar del sonido constante o variable –caótico– que se desprende de su profundidad epidérmica, Bogotá tiene una música que es como su topografía, la que por momentos recuerda la superficie de un diamante.
El ruido persiste en los sueños diurnos de los noctámbulos y en el transcurrir incesante de los que se duermen como los edificios esperando activarse a la señal de la chispa que envía gasolina al primer motor. La música insiste, se fusiona, se compara, cae y emerge se consume y se desecha, empieza de nuevo renovando el ritual en los sótanos o los garajes que soportan el estruendo de una batería y la electricidad amplificada en las cuerdas de un bajo, de una guitarra; de un power trío.
El ritual no cesa, no importa si fueron primero los Beatles que los Flippers; desde que la electricidad comenzó a recorrer las guitarras, se conjuraron las pesadillas del ruido y las ciudades se condensaron en la música. En Nueva York desde la fábrica de Andy Warhol, desde Lima en el garaje de Los Saicos… Era normal el refugiarse en casa a “la hora Gaviria” escuchando música a la luz de la vela. Bogotá vibraba con las bombas y con el rock en español, ya las guitarras distorsionaban su sonido para traducir el desconcierto local.
La historia se repite donde se conjuga la electricidad y el cemento. Esta vez Diamante Eléctrico, la banda que escogió Dave Grohl para abrir su concierto bogotano, intenta refractar en su música el desencanto de la belleza en medio del ruido. B se llama el disco, como el B-syde de un Long Play. El lado A, se supone debe ser su disco debut del 2012 que tiene el nombre del grupo. Ambos lados, logran desde sus picos más altos concretar un concepto que se parece a la ciudad y al ruido que le pertenece.
Los tríos rompen con la simetría depurada en el tejido de las guitarras desde el virtuosismo a la manera de Cream, Jimi Hendrix Experience, The Police o recientemente Them Crocked Voltures. Aunque no hace gala de tal virtuosismo, Diamante Eléctrico evoca las atmosferas donde hicieron emergencia las bandas de garaje de los años setenta y su revival de los ochenta. Amplificadores saturados, líneas de bajo melódicas, una batería sólida y letras pegadizas, se entrecruzan logrando un sonido convincente y consonante con el espíritu del rock and roll.
El cruce de caminos que logró la coincidencia de sus integrantes, desencantados por las reglas de juego de una industria que subsiste a fuerza de darle gusto al público menos exigente, es el mismo que ha construido una escena que persiste a pesar de la apatía de una ciudad frente a su propias manifestaciones. Persisten en Diamante Eléctrico los ecos de Hora Local, Distrito Especial, Vértigo, Marlohábil, Catedral, Yury Gagarin…de todas las bandas que han trazado la ruta descontinua hacia el núcleo del ruido que a lo mejor contiene la quintaesencia del sonido bogotano.
El primer Diamante Eléctrico dejó un puñado de buenas canciones condensadas entre la distorsión y la base rítmica a las que la voz le imprime un efectivo tono lírico: “Revolver”, “Diamante Eléctrico”, “Nos rompemos igual” evocan una fuerte influencias del rock argentino como Babasónicos o los Soda Stereo de “Canción Animal”, canción que se hace paráfrasis en “Matar a un hombre muerto”. El disco es atravesado por un concepto definido que deja ver el cuidado de la producción, quizá sea el aura del productor Andrew Loog Oldhamquien trabajó en el primer disco solista del vocalista Juan Galeano. [Vea acá el video de la canción TODO VA A ARDER]
Sin duda esta primera tentativa abre un espectro musical de lo que está pasando en la ciudad, en el que caben Los Petit Fellas, Revolver Plateado, Rocka, Telebit, The Mills, Hall Effect… y hace eco a la emergencia de grupos como Ciegossordomudos, Dany Dodge o Pepa Fresa de principios de los noventa. Está bien que se hagan letras de rock en español, aunque las bandas salgan del país a mezclar sus discos, usen gafas oscuras y se tomen fotos fumando al lado de botellas de Jack Daniel’s. Pero es más alentador que las nuevas bandas se proyecten más allá de sus propias fronteras para definirse en términos locales.
En su lado B, Diamante Eléctrico avanza como un cangrejo, pretendiendo lograr un sonido más depurado del que logró en su lado A. “Kamikaze” abre el disco situándonos en los inicios del año 2000 a la manera de los Von Bondies o Black Rebel Motorcycle Club. Una canción que podría aparecer en la banda sonora de una película de amor dirigida por David Lynch o Michael Winterbottom: Wild at Heart, 9 Songs… Sin embargo, la primera descarga se modula demasiado en los pedales de la guitarra de “Todo va a arder”, el segundo corte. La energía retorna y decae a lo largo de las 8 canciones, perdiendo por momentos al escucha.
Aunque es un disco de altibajos se logra resolver en su final bluesero, “Deja vú”, dejando la sensación de haber pasado un buen rato a pesar de la resaca. El final invita a retomar el lado A que a su vez comunica con el B en una cinta de moebius. En ambas caras la superficie de la ciudad emerge dejando una zona gris que muy seguramente le dará pie a Diamante Eléctrico para volver a intentar descifrar el rumor urbano que se hace visible en el virtuosismo de un power trío.
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