Por Dhorayme Rodriguez
"¿De verdad no ha visto The Walking Dead ni The Big Bang Theory?"
Es una mañana de sábado tranquila, mi muy sincero y risueño primo, mi hermano, me ha dicho que soy una mujer aburrida, otros me lo han dicho también, no pueden creer que en verdad pierda mi tiempo de vida sin acercarme nunca a la televisión, nadie creería que ni siquiera en esos grandes momentos de aburrimiento que cualquiera tiene de cuando en cuando no sea una opción para mí encender aquel tramposo aparato. Mi punto es el siguiente:
Creo que la televisión es un gran invento, un instrumento perfecto, escandalosamente práctico, ¿Qué otra clase de herramienta ha sido más eficiente? Nunca nada ha sido y posiblemente será más efectivo para naturalizar la crueldad.
La violencia explícita, esa que podemos contemplar sin tapujos incluso en horario familiar nos moldea el imaginario: siempre, siempre hay un contenido violento, desde las imágenes de guerra y las horrorosas noticias hasta la imposición de ese modelo de ser que tiene tan poco que ver con el estilo de vida y la realidad física de nosotros: la mayoría. Es violencia esa voz invisible que nos susurra que siempre hay algo más, que nunca está bien del todo lo que somos, ni lo que tenemos, tampoco lucir como lucimos, ni pensar lo que pensamos.
Nunca me detengo a ver ningún programa de televisión. Desde hace muchos años abandoné todas las series, los comerciales y la posición tonta que me supone estar de pie o cómodamente sentada frente a una caja que parece ser una ventana que me muestra el mundo de una manera fraccionada y de acuerdo a mi criterio falsa. Preferí entonces y lo prefiero ahora: caminar en la calle, saltar la cuerda hasta que me duelan las piernas o simplemente recapitular los eventos de mi propia vida, crear algo hermoso de vez en cuando, leer, conversar o mirar al techo hasta que suene el teléfono o algún amigo toque la puerta para invitarme a vivir la vida real.
No hace mucho me pregunté si lo que se ve allí es un reflejo de la realidad o un muestrario extravagante de lo que debe ser vivido.
Me parece justamente eso: un manual de comportamiento, una instrucción visual sobre lo que se debe ser a toda costa, una muestra del orden que debe seguirse para vivir en el mundo que otros han construido para nosotros (y que sin protesta hemos aceptado); esta es una máquina que nos aterra con imágenes tremendas a veces mimetizadas en la apariencia amable de los programas de variedades y series para niños (compra, venta, poder, razón), no obstante en ciertos momentos creo que es simplemente un ojo que me permite ver el mundo que existe por obra y gracia de nuestra negligencia y gloria. Si lo pienso con cuidado es tal vez las dos cosas.
Muchas, (casi todas, de hecho todas) las personas que amo pasan al menos dos horas de su día frente a la televisión, ninguno es particularmente violento, sin embargo todos están insatisfechos, aunque sean hermosos y únicos (casi siempre guardo una secreta reverencia por el milagro de su existencia, digo secreta reverencia porque me cuesta a veces dar rienda suelta a la ternura y hablarles de lo que significa haber llegado a vivir a pesar de todos los contratiempos, algunos naturales y otros fabricados, en la historia de la humanidad), los encuentro necesitados de más, como si no pudieran comprender que está bien ser uno mismo, que el mundo está en la calle, que el comprar cosas tal vez te alegra pero no te conecta con lo valioso, por eso sospecho siempre de la televisión: te distrae, no como lo haría un juego, una charla vana, o un romance efímero, te distrae susurrándote al oído que debes tener algo más, siempre algo: una vida distinta, un cuerpo diferente, un artificio nuevo aunque lo único que te haga falta en realidad sea notar que existes y celebrarlo . Alejar a las personas de su valía es un acto de violencia y eso es precisamente lo que hace la televisión.
Sé que tengo una mirada un poco dramática sobre el tema, pero desafortunadamente cuando busco recuerdos sobre los programas que ví, me encuentro a mí misma muy niña viendo dibujos animados, telenovelas y de vez en cuando noticias, me aburrió en particular la transmisión de la muerte de Pablo Escobar, me parecía una película que no se acababa, no entendí por qué la gente parecía tan feliz por un hombre muerto y me ofuscó ver como de repente esa película sin libreto comprensible estaba siendo transmitida en todos los canales; recuerdo los discursos presidenciales y ahora que soy una adulto reconozco con humor que desde mi infancia detesté a los políticos porque me parecían unos bigotones mentirosos que no se callaban nunca y me dejaban a la mitad de una espeluznante batalla de algún Caballero del Zodiaco, recuerdo que pensaba que los gringos eran las mejores personas y las más felices del mundo, también los más inteligentes porque se inventaban las películas, los dibujos animados como el Capitán Planeta y los X-men, fabricaban además los juguetes que nunca tuve (que nunca necesité); pensaba también que eran los más bellos porque nada mejor que ser rubio y delgado, los más valientes porque siempre había monstruos en New York y matones en Los Ángeles sin embargo ellos en un dos por tres los vencían a todos; crecí y el mundo que ví no era el que me mostraban: desilusión (hoy día infinita alegría: el mundo es muchísimo menos tonto y más colorido de lo que ves en televisión). Deben saber que por principio o por puro orgullo me alejo siempre de lo que me miente, la televisión me pareció un cachivache, no volví a verle, me dedique a cosas más sinceras: leí, hable con muchas personas de toda clase, jugué a caerme en derrotas estruendosas y cuando volví la mirada de nuevo a la televisión me encontré irritada, nadie me convencerá jamás que está bien perder el tiempo frente a un aparato que insulta lo que viví, sufrí y admiré mientras me dí un par de vueltas en la calle.
Adoro la versión que se hace sumando toda las versiones, me gusta lo que sin ser perfecto es bello, me gusta la carencia porque es la que empuja al proceso, me gusta el paisaje de verdad, la imaginación que solo se estimula en la lectura apasionada, me gusta que me hablen pero viéndome a los ojos, me duele el dolor pero me gusta acercarme humanamente a él y nunca verlo desde la distancia para hacer lo que muchos: alimentar una especie bastarda de compasión; me gusta sentir los ojos cansados por la radiación emotiva de un libro, del trueno o del sol y no por esa radiación densa de la pantalla, me gusta la gente de verdad: los hombres de verdad y las mujeres de verdad, pero sobre todas estas cosas soy sensible al aroma, mi nariz me dice por dónde debo caminar, con quién es seguro hablar; no habría salvado mi corazón y mi pellejo tantas veces (muchas en el último momento) sino hubiera tenido afinado el sentido más animal de todos: el olfato.
La televisión no me deja percibir aromas, me roba el tiempo y me intoxica con imágenes repetidas en un loop infinito que es el mismo de siempre quizá ahora en presentación HD, que por muy realista que sea no tiene el 3D con el que admiro las lomas tristes desde mi ventana. No veo televisión, desde luego habrá cosas interesantes por ver pero mi testarudez me dice que aquel aparatoso aparato nunca me mostrará nada que no exista en vivo o en una hermosa sala de cine. [ VER LA INTELIGENCIA INCOMODA]
¿Entiendes ahora porque soy así de aburrida? este sábado llévame a ver una película, enséñame un documental pero no me pidas que suspenda mi vida y entregue mi atención cuando comience algún programa diseñado para rellenar una parrilla televisiva creada para entretener un target group previamente estructurado y domesticado desde una astuta estrategia de marketing.
No tengo horario para dormir, comer, trabajar, estudiar, ni salir, ¿por qué tendría que someterme a la agenda inventada por alguna cadena televisiva filial de alguna indolente corporación? ¿Por qué después de haber sufrido y disfrutado el rigor de la realidad y de haberme encontrado conmigo debería ofrendar mi tiempo a esa máquina de ilusión cuya reputación está más que menoscabada?
Créditos Imágen: www.elviejoamargo.com