Ya hay un reconocimiento de parte de los ciudadanos de Bogotá, sobre las propuestas culturales que les ofrece la capital durante todo el año. Ya se sabe que con el tiempo se han venido construyendo diferentes ofertas para todo público alrededor del baile, la música, el teatro y el arte en general. En esa medida, ya hay una noción de que Bogotá se está formando culturalmente y que, a pesar de todo, puede considerarse dichosa de ser una ciudad con buenos espacios para su industria cultural.
Sin embargo, las ciudades tienden a creer que durante un periodo de 365 días, es posible considerar algunos tiempos muertos. Frente a esto, hace cuatro años nació la propuesta de dejar a un lado esa idea, y considerarse una ciudad cultural por 12 meses completos.
En enero, todos abandonan la fría capital; todos se van en busca de un poco de calentura lejos del “interior”. Entonces, quienes se quedan acá, gozando de ese frío publicitario de estar “2.600 metros más cerca de las estrellas”, se quedan mamando.
Gracias al Festival Centro, que terminó su cuarta versión el pasado domingo 20 de enero, la ciudad le dio la oportunidad a sus ciudadanos de disfrutar sobre un mes muerto, de la buena música, y del calorcito humano que se sintió en la Fundación Gilberto Alzate Avendaño.
Con alrededor de 30 agrupaciones de diferentes géneros, este festival se convirtió en una instancia de encuentro de jóvenes interesados por la música. El Festival Centro permitió un diálogo entre sus ciudadanos, en el mes más muerto del año, quienes se permitieron interactuar con la cultura, la música, el contexto de tiempo y espacio y con la ciudad misma.
En su gran mayoría, la boletería quedó agotada; las presentaciones realizadas con una temática que delimitara cada día logró una confluencia de propuestas diversas para cada tipo de gustos. A su vez, estas propuestas diversas lograron trazar un mapa cultural representativo de la ciudad, no sólo por tener a agrupaciones locales en su line up, sino por la interacción que hubo con las agrupaciones de afuera: esas que llegaron desde Chile (Los Bunkers, Matías Aguayo, Kali Mutsa), España (Russian Red), Estados Unidos (Sunny War y The Antlers), México (Juan Cirerol y Enjambre), entre otros.
Los asistentes, los ciudadanos y los músicos, quedan entonces con la esperanza de que este Festival que le brinda grandes oportunidades tanto a la música como a la misma ciudad, tenga una historia y un trayecto largo, de calidad y duradero. A su vez, este Festival es una manera de abrir territorios y oportunidades para que otras ciudades potencialicen su cultura en periodos que consideran tiempos muertos. Es una oportunidad para aprender a integrarse con agentes y manifestaciones culturales externas para lograr proyectos que generen cambios positivos sobre un país que hace rato los está necesitando.
Texto y fotografías por: Lina Botero