¿Dónde te sentabas en el colegio?
Llámenme como quieran; prejuicioso, estrecho de mente o lo que sea, pero siempre he pensado en que se puede determinar mucho de una persona simplemente con preguntarle dónde se sentaba en el salón de clases en sus días de colegio.
Por Alejo Álvarez ‘El cachorro’ – TW: @Alejoalvarez INST: @alejoelcachorro
El salón de clase, ese pequeño lugar que en algún momento se configuró como nuestro cosmos. No hay un lugar mas violento, miserable y mágico a la vez en nuestra adolescencia, que el salón de clases del colegio. Claro está, no se cómo será ahora ese asunto pues afortunadamente me gradué en los noventas y prometí jamás volver a un lugar como ese y además también prometí jamás hacerle pasar por eso a un posible descendiente. No se cómo será eso ahora con tanto muchachito con celular, Facebook, Twitter, Instagram, PornHub, YouPorn, YouTube, Despacito y Maluma, entre otras tantas aberraciones. Quizá sea un infierno mayor, algo que se me escapa. El colegio en la era de la internet; da para ensayo (catorce tomos). En fin, no nos desviemos. El salón de clase, con o sin internet, sigue siendo un reflejo de nuestra sociedad, de lo que somos como especie. Una especie de mapa o plano casi matemático de lo que fue y será un individuo. Al menos yo lo viví así durante todos los años que duró ese suplicio llamado bachillerato.
Miremos. En aquel entonces mis compañeros y yo teníamos una especie de mapa para identificar una cantidad de rasgos. Los de adelante. Curiosamente casi todos los puestos de adelante, los ocupaban las niñas lindas del salón. Las que el papá las llevaba y recogía en carro. Si mucho había espacio para tres hombres, o muy apuestos o muy gays. Los de adelante entendían al parecer todo mas rápido, aunque atrás hubiese un par de genios que escuchaban esa “música satánica”. Supe de varios que se sentaban adelante para disimular que el fin de semana estaban cometiendo delitos, lastimando gente o metiendo rocas de perico en alguna miniteca. Ya con esto podrán imaginar el colegio en el que estudié: uno tan normal, parecido a todos los demás! Algunos de ellos, casi todos, tienen cargos en política hoy por hoy o son grandes empresarios.
Varios de ellos terminaron en líos judiciales y un par de ellas, viven fuera del país, muy bien casadas, supongo que con un homólogo de los que se sentaba adelante en su respectivo país. Los del medio eran raros. Una especie de desterrados, anclados en el medio. Tal como lo que en Colombia se llama la clase media. Eran unos pelados que se reían pasito y jugaban entre ellos. Les iba bien en casi todas las materias, pero no pasaba nada. Ni un cuadro de honor, ni un escándalo de drogas, ni novios ni novias, ni una pelea. Solo hablar pasito y eso si, muchos enfermos. El de las muletas, el de la espalda torcida que todavía lleva lonchera a pesar de tener dieciséis. El que come moco… El que estudia y estudia y casi no habla y está empezando a escuchar Soda Estéreo. De vez en cuando uno de los de atrás le daba duro a uno del medio, como queriendo desahogarse de algo. Como queriendo evitar pegarle a uno de adelante. Porque eso si, en once uno de atrás le pegó a uno de adelante y ese salón se convirtió en un campo de batalla, entre otras cosas porque el de adelante no era flojo ni guevón y hasta tenía un tio con escoltas. Pero esos detalles vendrán en otra historia porque el cuento fue largo y terminó con varios golpeados. Debo confesar que durante un tiempo estuve sentándome en la frontera entre atrás y el medio. Estuve un tiempo hablando pasito.
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Alguna vez uno de atrás fue pasado adelante, por esos caprichos de profesor. El resultado de la idea fue nefasto, le hacían el feo y él a ellos a su vez. Eso si, rindió más en las tareas porque mantenían encima, pero dejó de brillar un poco, algo en él se apagó. En síntesis no fue fácil juntarlos. Después me senté atrás. Me tocó pelearlo al mejor estilo Mad Max o The Walking Dead. Una batalla territorial a punta de sacar pecho y bravear, hablando duro y dándoselas de malo, dejándose crecer los pocos pelos que salían en la cara. No soy judío ni estudié en colegios con nombres raros. Me tocó ganarme entre matones ese puesto cuyo espaldar era la pared. Matones de verdad. Tipos que llevaban navajas y hasta una pistola del tío que “andaba en vueltas”. Escuchábamos un fenómeno nuevo que se llamaba Nirvana y había un man que tenía todos los acetatos de Metallica; por supuesto tenía un familiar en Estados Unidos.
Atrás la pared era segura, no había nada detrás de la pared. Nadie te podía escupir o pegar un chicle, ponerte una cola o tirarte una tiza impunemente. Era un panóptico. Yo era semi malo, me sentaba atrás por salud, por mi seguridad. Era Batman sentado atrás, combatía el mal, con más mal. Hablaba duro pero mordía suave. Había otros que hablaban duro y pegaban duro. Había varios repitiendo año, siendo especialistas en noveno o décimo. Cansados, aburridos del colegio, del álgebra, de las ciencias sociales, de la bonita de adelante y de las gordas grandotas que se sentaban a los lados y a veces atrás porque eran muy altas y no dejaban ver el tablero.
Muchos de estos querían incendiar el mundo, con ideas o con gasolina, pero incendiarlo. Pero la rectora no dejaba, había que hacer lo que estaba en el programa. Muchos de estos terminaron también en política o en cosas peores como música. Haciendo incendios de otro modo. Como dije, lo controlas todo sentándote atrás. O casi todo. Pues era imposible no enamorarse de la chica que se sentaba adelante. Nunca te enamores de la chica que se sienta adelante, te va a partir el corazón y por ahí derecho vas a dejar de escuchar Nirvana para irte a ritmos mas tropicales. A veces me pregunto ¿dónde se sentaban Peñalosa o Carolina Sanín? ¿’Ñoño’ Elías? ¿Uribe? ¿Esperanza Gómez? ¿Mariana Pajón? ¿James Rodríguez? ¿Usted? ¿Dónde y por qué?