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Petronio Alvarez – El Ventú

petronio alvarez

petronio alvarez

Por Juan David Castañohttps://www.facebook.com/juan.d.castano.169
Fotografía por Rodrigo Rodríguez – https://www.flickr.com/people/56550399@N03/

Lo más hermoso de mi último Petronio Alvarez fue haber compartido con un combo de maestros que estaba en la plazoleta de comidas del festival, «tocando por la gorra”.

A mí me entró la chiripiorca el sábado en la noche y me fui para Cali sin nada planeado, con una maleta pequeña y la muda de ropa que llevaba puesta.

Al entrar al complejo deportivo, los vi tocando.
Afuera llovía y la gente entraba corriendo a escampar del aguacero. Eran un combo de abuelos cantando arrullos tradicionales, con un acento campesino. Eran un «Ventú” Tumaqueño. Ven tú, ven tú, ven tú. Una minga de vecinos de los municipios de la Tola, Itsmina, Iscuandé y Salahonda en Nariño. Cultores que sonaban con el aguaje selvático.
Juan Janer, el poeta que tocaba la marimba de chonta, era también curandero y partero. Él mismo fabricó su marimba, cortó la chonta la tercera noche de luna menguante a las tres de la mañana, secó las tablas a la sombra durante dos años y la afinó de oído, con las notas de los cantos de su familia, que resuenan en su memoria. La marimba tradicional no se afina con el piano europeo sino con la oreja africana. Juan Janer, se construyó una marimba con duende.

El duende es el espíritu que habita en la marimba de chonta. En el pacifico cuentan de múltiples formas, el encuentro del marimbero con el duende en la manigua, adentro en el monte. Se ven, hablan y combaten. El marimbero que vence en un duelo al duende tocando o en la pelea , recibe sabiduría y dones.
De las primeras lecciones que recibí del maestro Gualajo, quien llamaba “Perlita” a su duende personal, fue la de acostarme a dormir debajo de mi marimba, para que el duende me hablara en sueños.

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Esa tarde, vi un espacio para meterme y poder tocar con ellos, cuando escuché al señor del cununo diciendo que estaba cansado. Me ofrecí y ellas me recibieron.

Fuimos cambiando de lugar, varias veces entre las mesas, para buscar nuevo público, que llenara el balde del recaudo, con monedas y billetes del banco de la República.

Las abuelas que respondían el coro, las coreras, eran señoras de sesenta y mas años cada una. Estuvieron ahí, poniéndola toda, las seis horas de arrullo, sonriendo y cantando con la belleza de quien no tiene noción del espectáculo. Agitando el guasá sin una perspectiva de la puesta en escena, sin mirar al público. Cantando para la marimba, cantando para ellas mismas, cantando para espantar el dolor del olvido y del abandono histórico.

Perdí entonces , el interés de ir hasta la tarima y finalmente no fui , por quedarme tocando a su lado.
Si a algo voy al Petronio Alvarez, es a encontrarme con maestros como ellos, a seguir aprendiendo en la universidad de la calle, a la que le debo todo. Mi lugar no es siempre la tarima, mi lugar más feliz, es donde están los cultores, a ras de piso.
Si voy allá es para recargarme”, dijo María Barreiro.

Con todo y esas alegrías, amanecí un poco triste. Me consuelan mis ampollas en las manos. Heridas de guerra y de fiesta. Me las hice tocando cununo. Haciendo hablar el tambor que narra en voz alta un texto, grabado con sangre sobre el cuero. El abierto y el tapao de las manos que pronuncian, la vocal y la consonante, las letras de otro abecedario, las sílabas con las que se arman las palabras, con las que se arman los versos de los poemas que los bailadores traducen agitando los pañuelos y zapateando.

Esa tristeza matutina, es porque extraño los Petronios de antes, cuando el festival era un encuentro entre cultores, los músicos viajábamos para estar cerca de la raíz y los remates eran en el hotel los Reyes y la calle del pecado. No extraño las pulgas del hotel, ni la mala comida, ni el desfile de chirris en el andén. Extraño el encuentro y el rito .
Ahora es un gran espectáculo, que sacrifica la celebración de la cultura por el show en vivo. Los maestros tradicionales están lejos de poder entender el mundo de la música como una industria, por eso quedan marginados del espectáculo. Su saber no es un bien de consumo. Ellos son “la mata , la fuente y la contra.”

Me duele ver que lo más valioso del festival Petronio Alvarez se esta perdiendo en medio de la grandeza que hoy en día tiene.
Habrá que seguir yendo a las fiestas patronales de los municipios, si lo que se esta buscando es el encuentro con lo campesino.
Esto no lo entiende casi nadie, porque en general la experiencia del Petronio es muy feliz para el que recién va por primera vez.
Pero esta no es una lista de quejas .
Es una declaración de amor por ese festival y su gente .
Tengo derecho a sentir nostalgia de las cosas valiosas que se han perdido .
El hecho es que los maestros del “Ventú”, salvaron mi Petronio Alvarez. Tocamos bambuco viejo, pango y jugas de arrullo.
María Fernanda, la bombera, la niña que tocaba el bombo, me preguntó que de dónde era. Le dije que era más bogotano que la changua. No creo que haya probado la changua pero sonaba bacano al decirlo. Finalmente, la perla de la noche, la puso la maestra Florencia tocando marimba. Nunca había visto una mujer de su generación, una abuela «ondeando» un bambuco viejo con tanta elegancia.

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Todos en ese combo eran poetas.
Un paisano de Tumaco, que estaba en la plazoleta de comidas almorzando con su familia, se acercó a nosotros y le reclamó a Juan Janer, que ese collar verde amarillo que tenia en el cuello era religioso, que era un collar de Orúla, un Orisha Yoruba y que él sabía que Juan no era Santero. Por tanto, no tenía la autoridad de llevarlo en el cuello, pero se lo dijo en verso:

«Ese collar, compañero
Que le adorna la figura
Ese collar es Santero
Ese collar es de Orúla»

Juan Janer le respondió, versando a grito herido por encima de la bulla de la gente, en las casetas de comida :

«Aquí soy yo el marimbero
Yo vengo desde Santinga
Y vine a tocar primero
También tengo mi mandinga»

Luego se abrazaron y el paisano de Tumaco puso un billete grueso en el balde y dijo en otro verso sonriente :

“Tóquese un buen arrullo
De los que hacen recordar
De los ríos el murmullo
Y de Tumaco, la mar “

“Ya mismito se lo canto – le respondió Janer –
Yo soy el que sé cantar
Poeta soy hace rato
Y en mi tierra popular ”

Ya al final de la noche, el maestro Solón Banguera Sinisterra, cuentero y poeta como el mismo se presenta y quien también estaba tocando guasá y haciendo coros en el Ventú , churió el lamento del bambuco viejo que estábamos cantando y le inventó un coro que repetía:
El Bogotano.

«Yo vide un bogotano
Vino desde muy lejos
A tocar bien la marimba
A tocar bambuco viejo uuu eeeeeeeeeeeeeee“

PD: En el pacífico hay muchos velorios, tal vez en mayor cantidad que las fiestas. Los músicos muertos del pacífico me han recordado que la muerte no existe.
Cuando murió Gualajo, su presencia llenaba el cementerio con un brillo luminoso que lavaba a todos, la luz de su sonrisa era omnipresente.
Los ancestros siempre vuelven cuando se les llama, su presencia, aunque se va desvaneciendo, es continua. El sábado en la madrugada, durante el arrullo en el barrio mataron a Lisandro Vallecilla, el bombero de Canalón de Timbiquí, en un tiroteo.
Y hoy, su presencia, también nos baña con un halo de luz y música. Igual hicieron al irse de este mundo: Alba Aramburo y Doña Ligia Zamora, Pacho Banguera y don Aquino , Marino Beltran y Teofilo Erre Potes, Justino Garcia y Críspulo Ramos o Graciela Cárdenas y Salvador Castaño, mis abuelos.
La luz que irradian los ancestros es el antídoto.
«Todo en vida» dice Nidia Góngora

 

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