Por Julián Gutiérrez - This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.
El concepto de libertad de expresión es probablemente uno de los mas difíciles de poner en práctica: A fin de cuentas, es razonable suponer que frente a cualquier idea que se exprese o manifieste, por lo menos haya alguien que se sienta incomodado al respecto, y cuando el incomodado está en una posición de poder la cosa toma otro cáliz: No solo el incomodado puede usar su posición de poder para tomar represalias, sino que quienes pueden sacar rédito de la situación, lo van a hacer en lo que es básicamente, un ajedrez político. ¿Qué significa en estos días entonces, hablar de libertad de expresión? En el marco del incidente de la banda rusa de punk Pussy Riot, vale la pena hacer un abordaje a esa pregunta.
Siendo brutalmente honestos, la protesta de las Pussy Riot el 21 de febrero de este año fue bastante corriente y derivativa, hasta caricaturesca incluso. La verdad es que entrar a una iglesia ortodoxa para gritar arengas contra el patriarca de la misma y Vladimir Putin no es el mas original de los actos. De hecho, el nombre de la banda (que viene a traducir algo así como ‘Disturbio de coño’) parece pensado por alguien que se subió tarde al bus del Riot Grrl noventero. Sin embargo, la ejecución artística de la protesta es lo de menos; lo realmente grotesco fue la reacción del establecimiento ruso ante toda la situación: El juicio, si es que se le puede llamar así a semejante espectáculo, fue presidido por una juez que se oía mas como la coordinadora de disciplina de un colegio de monjas (aunque claro, también podía ser un artificio de la traducción simultanea en CNN), sermoneando a Nadezhda Tolokonnikova, Yekaterina Samutsevich y Maria Alyokhina, condenándolas por ‘Hooliganismo premeditado realizado por un grupo de personas motivadas por el odio religioso o la hostilidad’ y levantando una polvareda internacional de apoyo que el mismo colectivo ha rechazado en una muestra mas de la miope actitud del activismo de izquierda de ‘Predicarle a los convertidos’. [VER YO ME LLAMO HARLEM SHAKE]
Otra cara de la moneda, si pudiera ser ese el caso, es toda la historia de Julian Assange, que ahora está en la embajada ecuatoriana en Londres. Si bien celebré la liberación de los cables diplomáticos de las embajadas de EEUU en distintos países del mundo, también fui cauteloso a la hora de entender la verdadera intención de Assange, que guarda un perturbador parecido con Magneto, el archienemigo de los X-Men. Todos los que creen que Julian Assange es una especie de luchador por la libertad están gravemente equivocados: Assange no es mas (y no es menos) que un anarquista en la era de la información, que comprende que lo que sus antecesores lograban con cocteles Molotov y magnicidos ahora se logra con liberar los trapos sucios de las superpotencias a lo largo y ancho del planeta. Situación que fue aprovechada de forma hipócrita por el gobierno de Rafael Correa al ofrecerle asilo, a fin de cuentas, el, demandó a los periódicos que publicaron los trapos sucios de los negocios turbios de su familia, solo para retirar la demanda tras la presión internacional, en un gesto que, con su tonito de voz condescendiente trató de pasar por magnánimo pero que solo lo hizo quedar como un chafarote… Es inevitable preguntarse si Correa le daría los mismos elogios a Assange, llamándolo un ‘Luchador de la libertad’ (o un término parecido) si este último hubiera publicado los trapos sucios (que inevitablemente debe tener) del gobierno de Rafael Correa.
Y finalmente, está el papel de la autocensura de los medios. Los medios de comunicación inevitablemente filtran de forma interna lo que eligen publicar para dar la versión de la realidad que le conviene a sus accionistas o a su agenda… el ejemplo mas claro se vio hace poco con la situación de José Obdulio Gaviria y su columna del 20 de Septiembre en El Tiempo, en la que básicamente dijo una sarta de mentiras con el propósito específico de torpedear el proceso de paz, obteniendo como resultado una palmada en la muñeca de Roberto Pombo, mientras que la columna de Claudia López en 2010 que hacía cuestionamientos válidos al entonces candidato Juan Manuel Santos fue interpretada de forma atorrante por la dirección del periódico como la denuncia de López.
Ante ese panorama es inevitable pensar que la libertad de expresión como tal no existe. A fin de cuentas, nosotros percibimos nuestro mundo a partir de la información que recibimos, y esa información está modulada y filtrada por factores tanto internos como externos, verdades incómodas que elegimos ignorar o intereses externos con agendas propias que quieren que no sepamos ciertas verdades o variables dentro de la ecuación. La única opción frente a esto como población es empaparse de todas las fuentes posibles, bajo el presupuesto que muchas subjetividades conforman una objetividad. La única forma de obtener una libertad de información es a través de la recolección de muchas libertades de expresión.
Y por favor, traten de no gritar ‘Fuego’ en un teatro lleno.