Entre lo mítico y lo ridículo de festejar un fin de año, debe haber algo que equilibre la incertidumbre del mañana y la nostalgia del ayer, algo que apacigüe o alborote los ánimos excitados de frustración o satisfacción, a veces tenue, a veces fuerte, pero siempre con el mismo final, porque año tras año se sigue el mismo ritual, que por lo general, nada cambia ni su forma ni su resultado.
Sin embargo, el más reciente cambio de calendario dejó para mí, mucho más que la réplica anual de los rituales tradicionales, en medio de una recuperación posoperatoria de apendicitis, tras reconocer los horrores de una sala de urgencias en un hospital nivel 4 en vísperas de finalizar 2013. Pero no fue la pesadilla de sentir el sufrimiento ajeno auto inducido lo que en este caso cambió mi ritual de fin de año, sino el resultado de la reflexión que dejó tal situación.
Y es que así como el sistema de salud en Colombia es ineficaz y clientelista, también lo es todo el contexto institucional que regula y protagoniza la vida pública en el país, o ¿Cómo se explica que seamos uno de los países más mal pagos del mundo, cuya economía en crecimiento beneficia a unas minorías privilegiadas que a su vez acuerdan el miserable salario mínimo que se incrementa en desproporción de los costos de la canasta familiar, la gasolina, el transporte y los servicios públicos?
Aquellos que miden a las masas humanas según su capacidad de compra, son los mismos que firman las leyes en desfavor de las clases media y baja para ratificar a sus deidades como eje de la sociedad, promoviendo anti valores y conduciendo a los individuos a tristes sitios de confort y novelescos modelos tradicionalistas que camuflan falsas promesas de progreso. Esos mismos que revocan, destituyen, inhabilitan y vulneran el voto popular, acomodan las decisiones políticas y los proyectos de ley a conveniencia, controlando, además, el discurso en los medios masivos para provocar un efecto placebo.
En consecuencia se repite la historia año tras año mientras el común de las personas pasa vacaciones fuera de la ciudad, mientras se gozan borracheras colectivas, mientras se come, se baila y se celebra, a pesar de saber que las deudas van sumando, mas no restando. Es ese conformismo el que configura el mismo ritual anualmente, un ritual inconsciente contrario a lo que todos queremos; pero si usted, lector, comprende algo de las reflexiones que me motivan, no vote en contra de sus deseos, no vote por la misma escoria ultraderechista que lo somete, más bien, vote por todo lo que no pudo en 2013; dele voz a sus ideas y necesidades o absténgase.
Por Miguel Corzo Fajardo