Por Miguel Corzo Fajardo - https://www.facebook.com/miguel.corzofajardo
Los 20 años de Rock al Parque no representan un hecho noticioso, tampoco un tema trascendental para debate. Su ejecución monótona y tradición lineal que no ha mostrado innovaciones y llevó a su fracaso el año pasado, probablemente motivaron la conformación en 2014 de un cartel ganador, ante una eventual pérdida de recursos o su desaparición. Es un cartel que satisface la demanda de públicos diversos con bandas invitadas populares, en su mayoría reconocidas y con méritos que las acreditan para estar allí –independientemente de su género–; a los asistentes de un festival gratuito que se paga con dineros del erario público, debe dárseles lo que quieren ver en concierto, lo que les gusta, no lo que los organizadores consideren que debe ponerse sobre las tarimas.
Y es que Rock al Parque debería ser reinventado en toda su estructura, cambiar su modelo, volverse más dinámico, repensarse a partir de otras miradas entorno a las necesidades del sector y de la población, desde la manera en que son medidas y seleccionadas las bandas locales, hasta los incentivos y mecanismos de participación ciudadana para escoger a los artistas nacionales e internacionales; eso sí sería un proceso democrático, en que los amantes del rock y sus derivados tuvieran el derecho de escoger. Rock al Parque es como un ser humano que después de los veinte años ya tendría que estar demostrando madurez, cambios profundos de personalidad, adaptación y no seguir siendo un niño caprichoso con plata, porque lo que ocurra con su supervivencia podría relacionarse confusamente con un grave problema de aprendizaje y desarrollo en su intelecto y creatividad. Sin embargo, es mejor asistir y sacar sus propias conclusiones.
Pero hay otras conclusiones de orden colectivo que cada colombiano también debería formarse respecto a la despreciable bellaquería de un ser malévolo y rastrero que sigue promoviendo la intolerancia, el odio y el desprecio como buitre, bajo sofismas de distracción e inmunidad diplomática –no solo en nuestro país como congresista, sino en Estado Unidos como expresidente–. Este ser humano dañino pretende mantener a Colombia en un oscurantismo aberrante en que los pobres sigan manteniendo el status quo de las élites económicas nacionales y transnacionales; de su boca sólo sale el excremento que digiere su venganza personal para justificar la guerra y sus intereses sombríos, ahora con dos decenas de esbirros en su bancada fascista y con quienes seguirá intentando amordazar la paz y desprestigiar una oportunidad histórica de reconciliación, en que además, se está reconociendo implícitamente el origen de la existencia de un conflicto armado y a sus interlocutores, con el propósito de salir del estancamiento y poder avanzar en la modernización del Estado y el progreso de la sociedad colombiana. Es por eso que la voz masiva en rechazo de este personajillo, sus propuestas y palabras, debería hacerse sentir sin beligerancia demostrando en las calles y en las redes sociales que hay más gente en favor del fin de la guerra, y menos estúpidos en favor de la perpetuación de un ideario obtuso y guerrerista. El rechazo masivo de las ideas retrógradas de Uribe como senador de la república, constituye su deslegitimación y podría ser un gran aporte para el futuro de este pedazo de tierra que aún está en manos de capataces, latifundistas y paramilitares. No es posible que un criminal con más de 200 denuncias penales en proceso pueda seguir acabando con la dignidad de un país entero, mientras una pequeña porción de la población lo avala por ignorancia, complicidad o miedo; su corrupción inmoral y su responsabilidad en crímenes de lesa humanidad, tendrán, en algún momento de la historia, que ser juzgados y penalizados como se hizo con Pinochet y Fujimori. [Ver UNA ESCENA NO ES LA ESCENA]
Sin embargo, junto a la esperanza de un país en paz que tenga la prioridad de cambiar su condición de desigualdad en todos los niveles de la vida social y, de construir un verdadero progreso, también está la necesidad individual de aceptar y proteger los cambios que podrían surgir tras la entrega de las armas por parte de los grupos insurgentes, como en el pasado. Esto no convierte en santista o castrochavista a nadie, demuestra raciocinio e inteligencia.
Asumir interés por los acontecimientos y decisiones del acontecer político que se avecina, es positivo, decisivo, es ir más allá del simple acto sufragante, es hacer historia y generar cultura de transformación.