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El poder y la despoblación

El poder y la despoblación

Por Miguel Corzof  – @AngelCorzof

Donde vivo actualmente se respetan las normas de confinamiento obligatorio e incluso se ha prorrogado varias veces; la gente en este lado del mundo, después de una larga dictadura que apenas sana sus heridas del pasado, es obediente como un caballo con anteojeras y está viendo cercenados muchos sobrevivientes de Franco. Algo parecido pasa en Colombia de manera anacrónica, asincrónica, donde la desigualdad, aún más marcada y bajo el control de un narcoestado, se acentúa al levantar las medidas de prevención y protección poniendo la supervivencia de los ricos por encima de la sobrevivencia de quienes mantienen la base de la pirámide (quizá para conmemorar, como suele ser el accionar de muerte del uribismo, el Día Internacional del Trabajador). 

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Mientras en el antiguo continente mal que bien se protege desde el Estado a la ciudadanía y comenzará una desescalada de la crisis por fases para regresar a la normalidad (previendo los efectos devastadores en la economía), en el país latinoamericano más leal al decadente imperio que ya es el epicentro del COVID 19, se está exponiendo con criterios viciados y estadísticas adulteradas a la gente que podría haber perecido de hambre si se hubiese alargado lo suficiente el aislamiento social; es utópico el veredicto, es desalentador saber, sin duda, que los países en vía de desarrollo son los más condenados a llenar bolsas negras y a acostumbrarse al olor de la carne asada. Por supuesto nada está escrito, el destino es impredecible y tampoco Europa está exenta.

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Para nadie con tres dedos de frente es un secreto que el mundo está dominado por una diminuta élite que posee casi toda la riqueza del planeta; así lo confirma la organización internacional OXFAM: “Los 2.153 milmillonarios que hay en el mundo poseen más riqueza que 4.600 millones de personas”. Ante tal desproporción no es descabellado afirmar que los dueños del mundo, además de imprimir estampillas de colores para hacernos creer que tenemos algo material que llena nuestros bolsillos durante la corta vida a cambio de mantenerlos con nuestro trabajo en sus letrinas de oro, quieren un mundo sostenible en que haya equilibrio medioambiental para sus descendencias privilegiadas; y por supuesto, en su objetivo de superioridad no hay espacio para tantos humanos, mucho menos para los más viejos, por el contrario, sí para jóvenes que estén dispuestos a pasar su existencia bajo el yugo del miedo de las pestes, la conformidad de la tecnología y sobre una falsa ilusión de progreso.

Durante la cuarentena, que para algunos termina y para otros continúa, los ecosistemas a lo largo y ancho de la Tierra se han tomado un respiro sin la presencia del animal racional: la capa de ozono se está recuperando, los mares se descontaminan y las flores renacen entre el asfalto. Y esto es extraordinario, pero debería ocurrir sin la obligatoriedad de permanecer encerrados, presos de nuestra propia creación. El acto voluntario de cuidar nuestro hogar, nuestra agua, nuestras tierra y nuestros animales, no debe ser una disyuntiva económica, ni tampoco la decisión de 2.153 personas que pretenden un mundo ideal sacrificando a quienes les estorban.

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Algo peor que una pandemia es la credulidad, la dictadura financiera y los poderes ocultos; todo esto es una estrategia de control sobre la humanidad para reducir la población. Cerrar los ojos y suponer que los medios dicen la verdad y que los gobiernos mundiales buscan el bienestar, es infantil; estamos sometidos ante una campaña psico informativa sionista disfrazada de democracia y liberalismo. Por eso cuando pienso en aislamiento social, después de esta reflexión, se me viene a la cabeza que no habrá lucha que valga.