Por Alejandro Bonilla Carvajal - www.autopistarock.com
“Soy el peor en lo que mejor hago
y por este regalo me siento bendecido”
Smells Like Teen Spirit – Nirvana – 1991
El 4 de marzo de 1994 el líder de la agrupación Nirvana, Kurt Cobain, era ingresado en estado de coma a la unidad de cuidados intensivos de un hospital en Roma tras una sobredosis. Para nadie era un secreto que el músico de 27 años de edad había estado caminando en la cuerda floja de las adicciones por un buen tiempo; se recuperó e incluso declaró estar viviendo el mejor momento de su vida gracias a su esposa, su pequeña hija y el éxito de su banda. Un mes más tarde su cuerpo desfigurado sería hallado en el invernadero de su casa a las afueras de la ciudad de Seattle. Todo comenzó como un sueño y culminaba estrepitosamente en pesadilla.
Como ha ocurrido con John Lennon, Jimi Hendrix, Jim Morrison o Sid Vicious la mitificación se ha apoderado del nombre de Kurt Cobain. Un estatus de ícono generacional jamás deseado por un músico al que la fama se tragó y escupió en poco más de dos años. Al margen de los debates musicales, claro es que las canciones de Nirvana encontraban un equilibrio entre la rebeldía punk, la potencia del heavy metal y el gancho del pop para inquietar a la abatida juventud de la primera mitad de los noventa.
El trío que complementaba el bajista Krist Novoselic y el baterista Dave Grohl había desbancado a Michael Jackson del número uno de las listas con su disco “Nevermind” y con ello la industria discográfica le daba la mano al fenómeno conocido como Grunge. Sin que nadie lo presintiera, el mundo del rock había canjeado de la noche a la mañana los estrambóticos atuendos y peinados por el desprolijo look y sonido de un puñado de bandas del noroeste estadounidense. Nirvana se paraba al frente de ellas, tomando la formula de estrofas lentas y coros explosivos patentada por Pixies y Sonic Youth. El carácter rupturista y transgresor de dicha década se alza en buena medida con la euforia de “Nevermind” y sucumbe el día que Cobain jala el gatillo de la escopeta.
“Veo las descripciones que se hacen en algunas revistas… ‘Sting, el tipo que ama el medioambiente y Kurt Cobain el quejumbroso, neurótico y fastidioso personaje que odia la fama y su vida’. Nunca he estado más feliz. Especialmente esta última semana en que nuestros conciertos han sido estupendos” dijo Cobain al periodista David Fricke de Rolling Stone pocas semanas antes de su muerte. ¿Por qué entonces malograr todo en la cima? Esta ha sido la eterna pregunta de fanáticos y críticos que aún hoy genera morbo.
El sello independiente Sub Pop Records era el mecenas de una camada de nombres como Mudhoney y Soundgarden que revivían el frenesí punk a partir del abuso de distorsión e hipnóticas melodías. “Llamó una tarde al estudio, preguntó cuánto valía la hora y programó una sesión. Les dije que sonaban muy bien y que debíamos pulir lo registrado. Pronto tendríamos el suficiente material para abordar un álbum. Tenían la ilusión de cualquier novel banda por tragarse el mundo, tanto que terminaría por convertirse en su karma” afirmaría Jack Endino, productor de “Bleach”, disco debut de Nirvana para Sub Pop.
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Las giras por Norteamérica y Europa brindarían la confianza a Nirvana para gestionar un segundo larga duración, esta vez en la liga de los sellos multinacionales. El remolino que se formaba en Seattle no hizo tardar la propuesta de DGC que también tenía en su catálogo a ese otro bombazo llamado Guns N’ Roses. Cobain, hijo de un mecánico de autos y una secretaria que se halló en un hogar disfuncional a la edad de 8 años puso su rubrica en el contrato y con ello terminaría pagando el precio más caro en el idilio del rock alternativo con el mainstream. Bajo un moderado presupuesto “Nevermind” se planteó para vender 250 mil copias pero cuando el video de “Smells Like Teen Spirit” se plantó en las pantallas de TV, 40 millones de copias serían despachadas.
“He compuesto mejores temas más parece que pocos los quieren oír” reclamaba Cobain y por ello el suceso radial había sido borrado de sus repertorios en los contados shows que se efectuaron para promocionar el álbum. “‘Teen Spirit’ es como un robo a Pixies, quería escribir la canción pop definitiva” diría con indiferencia sobre la histeria colectiva. “Antes me hubiera enfurecido mirar a estos machos con camisetas de equipos de fútbol tomando por el brazo a sus chicas en mis conciertos, hoy me importa un carajo” declaró sobre los boletos agotados para verle tocar en grandes arenas.
Asfixiados o tan solo en un último esfuerzo por revalidar su carácter contestatario, Nirvana se guardó en el frío invierno de comienzos del 93 a parir –no sin dolor- su último disco “In Utero”. El desengaño expuesto en corrosivas letras y la crudeza del sonido no simpatizaron en las oficinas de su compañía de discos, tranzándoles en una disputa pública la cual finalmente llevaría a conseguir otro triunfo en listas. “Queremos huir del sonido vanidoso de ‘Nevermind’, estas nuevas canciones nos darán motivo para salir a la carretera y demostrar que no somos un grupo prefabricado” advirtió el rubio a la revista Melody Maker a la par que sus malestares estomacales le llevaban a consumir mayores cantidades de heroína.
La ambivalencia de Cobain marcó a fuego a la formación en su breve carrera. Sin embargo composiciones como “About a Girl”, “Come as you Are”, “Polly”, “Lithium”, “Rape Me”, “Heart Shaped Box” o “All Apologies” han aprobado el test del tiempo. La potencia y dinámica de sus conciertos está fuera de discusión así como el legado que han dejado en incontables músicos de distintas latitudes. “No sé si podré tocar estas canciones en 10 años. No quiero terminar como Eric Clapton, le respeto pero no deseo cambiar mis composiciones para que estas se adapten a mi edad” exteriorizaba el vocalista en una especie de premonición a la Rolling Stone.
El 8 de abril de 1994 su cuerpo inerte fue hallado. “Es mejor arder que apagarse lentamente” había declarado alguna vez y ahora todo tomaba un sentido tan macabro y poético como su obra. “El apocalipsis de un mesiánico” tituló la revista Metal Hammer, “La Generación X ha quedado huérfana” acotaría un diario nacional. Veinte años después nuestra fascinación por ese talento que extraía del inconformismo belleza en melodías salpicadas de feedbacks persiste. Sensible, enfermizo e impredecible merece ser recordado como un artista genuino capaz de alterar no solo la historia del rock sino el corazón de millones.