Aterciopelados: Tan ausentes y tan presentes

 

Por Umberto Pérez

Historiador y comentarista musical - @comoduermes

 

Pocos imaginaban que luego de la buena acogida que tuvo el álbum ‘Río’ en 2008 y que llevó a la banda a girar por Australia, Aterciopelados entraría en una etapa de hibernación a partir del año 2011; hasta entonces, su nueva etapa con Nacional Records, aunque menos prolífica que sus años con BMG, los mostraba en ascenso creativo: tanto Andrea Echeverri como Héctor Buitrago habían dado rienda suelta a sus proyectos estéticos particulares que no encontraban cabida en los discos de Aterciopelados, aunque sí contaran con el apoyo absoluto y mutuo de su par, de esa forma, cada uno había editado sus primeros discos en solitario.

 

Luego de la gira que motivó la edición de Río, Andrea editó su segundo álbum homónimo en solitario y auto producido; un par de años después, Héctor editó el segundo volumen de Conector, nombre de su proyecto como solista. Pero fue tal el encanto de trabajar con tanto ahínco en sus proyectos particulares, lejos de la presión que el nombre Aterciopelados impone, que las aguas fueron cambiando de cause y así, sin darse cuenta, la banda esencial del rock colombiano empezó a respirar cada vez más despacio. Andrea continuó la senda trazada por sus primeros dos discos en ‘Ruiseñora’, su tercer álbum, que muestra a una artista empoderada de su rol como solista capaz de firmar sus discos bajo su propio nombre, lejos de complejos. A su vez, Héctor se dedicó a promover el respeto por la madre Tierra creando Cantoalagua, una red intercultural que defiende el agua y la naturaleza, y también a dar forma a ‘Niños Cristal’, un disco que resultó de su experiencia con Cantoalagua. A pesar de la vigencia individual de cada uno de sus integrantes, Aterciopelados empezó a aparecer en las conversaciones cotidianas como una banda del pasado, que había hecho historia y era historia.

 


 

Pero fue, precisamente, la historia de Aterciopelados la encargada de proponerles un presente activo y emocionante. Tres años después de su última vez juntos, Andrea y Héctor, con canas adornando sus sienes, se encontraron de frente con el paso del tiempo: Aterciopelados llegaba a los 20 años de su debut discográfico. Coincidencia o no, Rock al Parque, el festival que los vio crecer y convertirse en leyenda continental también llegaba a sus 20 ediciones y, de paso, se convertía en la mejor excusa para que la banda volviera a pisar un escenario.

 

Quien escribe esto parte del supuesto que ni Héctor, ni Andrea, ni nadie presente en la Plaza La Santamaría ese lunes 29 de mayo de 1995, en el cierre de la primera edición de Rock al Parque, imaginaron que 20 años más tarde, un lunes 18 de agosto de 2014, celebrarían juntos y ante decenas de miles de bogotanos que colmaban el parque Simón Bolívar, las primeras dos décadas de gloria de Aterciopelados, también en Rock al Parque.

 

Pero para llegar hasta ese momento, muchas lunas pasaron desde antes del principio. Cuenta Héctor Buitrago -en la preciosa edición del libro ‘Con el corazón en la mano’, editado por Idartes para celebrar la vida y obra de Aterciopelados- que, de alguna manera extraña, recibió la bandera del rock colombiano a mediados de los años ochenta cuando compró el bajo que perteneció a Alfonso “Pocho” Chacón, quien fuera integrante de Génesis, la banda de folk-rock nacional creada y liderada por el enorme y olvidado Humberto Monroy. Entonces Héctor -luego de su paso decisivo por La Pestilencia- y Andrea, primero como Delia y los Aminoácidos y luego como Aterciopelados, empezaron a retratar en sus canciones la idiosincrasia de los colombianos, de forma tan contundente como pocas bandas de rock nacional lo habían conseguido.

 

 

En 1993 y luego de tocar en bares y centros culturales que ellos mismos abrían y cerraban por toda la ciudad, Aterciopelados editó su álbum de debut, “Con el corazón en la mano”,  que no sólo concretaba el sueño de grabar un disco, también anunciaba un quiebre en el rock colombiano: tanto arte del disco como las canciones mismas  estaban impregnados de símbolos de la cultura popular colombiana; sigue siendo un disco atrevido. Dos años más tarde con “El Dorado” la  banda editó su pieza maestra, un disco que no sólo atravesaba a Colombia en cada canción, también la exhibía: su brutalidad, sus calles, su cotidianidad, sus anhelos, su desparpajo y sus complejos se entretejían entre el sarcasmo y la tristeza, era rock colombiano del más alto gramaje, inconfundible de cara a las sonoridades que emanaban de cada país del continente.  

 

Luego de “El Dorado” llegó el reconocimiento absoluto y un manojo de discos magistrales: “La pipa de la paz”, grabado en compañía de Alejandro Gomezcáceres y Alejandro Duque les permitió viajar a Londres para trabajar junto a Phil Manzanera, productor del disco, y empezar a compartir escenario con Héroes del Silencio y Soda Stereo, entre otras leyendas del rock hispanoamericano. “Caribe atómico”, producido por Andrés Levin, dejaba claro que Andrea y Héctor se saben rodear muy bien pero que la banda es un asunto de ellos dos, iniciaban los coqueteos con sonidos electrónicos y anunciaban como nunca en sus canciones las inquietudes vitales del dueto, que se harían evidentes más adelante en sus discos de principios de siglo. “Gozo poderoso” cerraba con altura una primera etapa discográfica y abría una pausa que les permitiría darle rienda suelta a intereses individuales como la maternidad y el oficio de ceramista de Andrea, o la música de electrónica en el caso de Héctor que dio como fruto la creación del sello Entrecasa.

 

Cuando Aterciopelados retomó sus labores discográficas como grupo en 2006, Andrea y Héctor ya habían editado sus respectivos discos de debut como solistas. Los álbumes “Oye” y “Río” grabados bajo el sello Nacional Records, así como sus respectivo trabajos en solitario, reflejan a una banda en estado de madurez, que supo capear a la fama y que nunca la antepuso a sus intereses. Aterciopelados, quizás confirmando que, en efecto, recibieron la bandera del rock nacional de manos de Génesis, profundizaban en sonoridades telúricas y en las temáticas que en su momento despertaron el interés de Humberto Monroy: los derechos humanos,  el cuidado del planeta, el respeto por cuerpo humano, las tradiciones ancestrales y, también, la buena leche que hace que el mundo sea un poquito mejor.

 

El vigésimo aniversario de Aterciopelados ha despertado un interés por su pasado, pero ellos y sus canciones siempre han estado aquí;  así lo confirman los conciertos multitudinarios que sucedieron al de Rock al Parque 2014, el público de festivales como Vive Latino, Estéreo Picnic o Cumbre Tajín y ciudades como Santiago, La Paz, Caracas y Monterrey ha demostrado amor y respeto por esa banda que a finales del siglo pasado decidió contarle y cantarle al mundo las alegrías, las penas, las manías y las bendiciones de los colombianos.

 

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