Por Diana Varón
Las corridas de toros son un tema complejo de abordar, por donde se mire pueden sacarse argumentos y contra argumentos válidos tanto a los detractores como a sus defensores. Por eso mismo quisiera plantear aquí la necesidad de abordar el tema no solamente desde una visión humanocéntrica (donde el ser humano es la medida de todas las cosas) como normalmente suele hacerse.
Es común que desde ciertas corrientes y escuelas teóricas modernas la comprensión y el estudio de las realidades se realicen a partir del establecimiento de la relación dicotómica naturaleza/sociedad. La “civilización humana” se cimentó en la idea de diferenciarnos de los animales “inferiores”, así como en la de “desarrollo”, para lo cual era necesario adecuar una forma de relacionamiento muy específica con la naturaleza. Ya no solamente no hacíamos parte de esa naturaleza (y en el mejor de los casos si éramos parte de ella siempre nosotros los seres humanos estábamos por encima de ella: en la punta de la pirámide), sino que debíamos utilizarla para la lograr nuestros procesos civilizatorios (y por qué no mejor llamarlos depredadores).
A partir de esa peculiar forma de relacionamiento con el mundo natural es como los Estados y los gobiernos de turno han justificado desviar los caudales de los ríos, poniendo en peligro ecosistemas enteros para construir hidroeléctricas y represas que nos brinden agua y energía para nuestras necesidades básicas y caprichosas o conceder títulos mineros, a diestra y siniestra, para consolidar una locomotora económica la cual, como bien lo ilustran todos los casos en el mundo, sólo deja pobreza y enriquece a unos pocos. Así es como unos cuantos humanos -sin mucho poder pero con el suficiente como para armar un negocio lucrativo- han encarcelado animales para domarlos y explotarlos para su conveniencia económica, otros cuantos los han encerrado en corrales y granjas para abastecernos de productos cárnicos y lácteos que nos alimenten y en muchos casos, sacien nuestra avidez proteica (también falsamente fundamentada). Y así… y así podrían darse muchos más ejemplos de cómo la relación del ser humano con la naturaleza se ha fundamentado en su dominación y explotación asumiendo que somos el último y privilegiado eslabón de la cadena y que estamos destinados a no desaparecer de la tierra. [VER ¿Cuántos mesías necesitamos para salvarnos?]
Es por esto que cuando me hablan de las corridas de toros para mí es inevitable no pensar en lo anterior. Los defensores del toreo se amparan en el “potencial” artístico que tiene la fiesta brava y, últimamente, su argumento ha girado a erigirse como una “minoría” –eso sí bien privilegiada porque no cualquiera puede pagarse una entrada a una plaza de toros- con derechos. También suelen contra argumentar aduciendo que quienes defienden los derechos de los animales no tienen ninguna autoridad moral pues sus hábitos alimenticios carnívoros promueven el maltrato de otras especies animales por lo cual no hay una “coherencia” que permita justificar su negativa a la “fiesta brava” desde la idea de maltrato animal.
Y sí, puedo aceptar que en cierta forma tienen razón (al menos desde la autoridad que me da no consumir proteínas animales desde hace 5 años) sobre la contradicción en la que están cayendo algunos de los detractores de las corridas que no han cuestionado sus hábitos alimenticios. Sin embargo, considero más importante ver aquí la posibilidad de comenzar un trabajo de sensibilización -que permita dar cuenta de estas contradicciones y de las articulaciones entre las formas de maltrato que sufren la mayoría de los animales destinados para consumo humano con las que sufren los animales destinados al divertimento humano (animales de circo, de coleo, de corridas de toros, etc.)- que censurarlos por una contradicción que los impediría moralmente defender esta y otras causas más.
Además de lo anterior, creo que lo que no han entendido quienes defienden la “fiesta brava” o quienes dicen que “nunca irían a una corrida de toros” pero que protegen las posibilidades de las “minorías” es que lo que está en juego aquí es precisamente la posibilidad de comenzar a relacionarnos de forma alternativa con la naturaleza. Esto también se trata de permitir que entren al debate quienes han sido cosificados y utilizados como fines para construir y mantener una “civilización” y en esa medida, poco o nada han sido protegidos: el resto de seres vivos no humanos. En nuestras manos está esa posibilidad de transformar esa relación de dominación que nos ha llevado a las peores crisis climáticas, a la extinción de especies animales, a la explotación de quienes no pueden hablar.
Algunos podrán decir que esa voz que queremos darle a la naturaleza no es más que nuestra propia voz hablándonos al oído y que tal vez esa representación extraña de unos derechos de los animales y de la pachamama es más el resultado de nuestra mirada egocéntrica intentando hacer lecturas de lo no humano desde lo humano. Pero en vista de tanto sufrimiento y sometimiento yo por lo menos prefiero apostarle a la esperanza de construir otras sociedades, al parecer, menos humanocéntricas, ¿Y usted?