Por Alejandro García
“Un trance que comprometa, la psiquis de esta costa balnearia” (Barranca bastarda/León Bruno)
Sobre una inflamada bruma barranquillera y los nítidos techos y edificios, situar los primeros rastros del felino. Desde 1997, empapados por el fluido de su atlas local, vocearían percepciones, a su suerte, sobre los pedales del rock. León Bruno fue una banda, a la que le han valido varios reconocimientos nacionales y regionales. El nombre del grupo, alude a un seudónimo usado por el abuelo del vocalista y sus canciones pueden ser fácilmente ubicadas en línea.
Lo más patente, quizás, es que su búsqueda musical está matizada por la fe. No una fe religiosa, o por lo menos, no exactamente. Se trata de un saber bombeado a fondo que contienen sus canciones, de que no hay un solo camino ni interpretación de la vida. De crear, a pesar de todo, desde lo que puede ser diferente o marginal. Como derecho inalienable, la verdad puede tener la cara de tres amigos de infancia que afilan guitarras e ionizan sus primeras canciones, en el barrio Boston de Barranquilla.
Pero León no nació en una época tan ajena al rock, si se hacen comparaciones. Tampoco el color de su musicalidad asume la postura del decir o el ser alternativos, por irritabilidad rebelde o por otras razones motivadoras. En cierta medida, puede que León Bruno llegará ahí, en un estado nebuloso entre un rock demasiado blando para metaleros de vieja data y el de una estridencia innecesaria y emuladora de ritmos norteamericanos, para otra amplia población costeña. [VER Carlos Elliot Jr: La busqueda de lo simple]
Sin embargo, su originalidad estriba en la genuina y bien cilindrada mezcla de elementos del rock con la precisión de letras y motivos musicales muy hábiles, que están teñidos muchas veces de pedazos culturales regionales, dando como resultado una producción de una fuerza verbal, versatilidades sonoras, profundidad emocional y de una innovación nacional que de verdad, vale la pena considerar, fuera de todo foco estigmatizador.
“Soñamos con alcanzar los arrecifes y no las palmas” (Emerge/León Bruno)
Omar Sánchez, guitarra principal del grupo, cuenta sobre la banda: “Las letras salen de los libros y anécdotas que pasaban por nuestras mentes en aquella época (finales de los años 90). No tocamos como antes porque dos de sus integrantes están viviendo fuera del país. Uno de los recuerdos que aun tengo latente, es aquella tarde en Rock al parque en 1999. Fuimos la primera banda de rock de Barranquilla que pisaba el festival”.
“Fabuleando en la selva de hormigón” (Nube negra, León Bruno)
Entre todo su trabajo compositivo, los pasajes musicales hierven desde recreaciones históricas o políticas (Jack Daniels del Bidé, Impulso bestial, Becerro, Emerge) estados emocionales entre sí confrontados (Marián, Chao, Barranca Bastarda, Nube Negra), donde se mezcla no solo una influencia americana considerable (y por muchos, cuestionable) sino una visión híbrida del mundo, una costa que se puede descifrar con otros sentidos, equidistante a los ritmos tradicionales pero sólida en su trazo, lo que los hizo abrir conciertos como los de Guns And Roses o ganar premios musicales, al margen centralista de su condición periférica, como lo han dicho en una de sus canciones: “Soy Mocaná (población indígena del atlántico), pero el Andes también me pertenece”.
“Del carnestolendico paraje, donde extrañamente fui feliz” (Barranca bastarda, León Bruno)
Sus canciones están repletas de curvas y distorsiones sutiles. Dentro de una de varias, desmenuzar un mensaje que revele como amplifican o esparcen con lodo propio, nociones de la existencia. Por el minuto 2:10 hasta el 3:30, en la canción Bella de día, nace una gran colaboración, una idea invasora y energética. El cambio que abre la guitarra en ese instante y que si fuera visual asemejaría cada nota a hilos de araña que ascienden al aire, anudándose todo ellos, sin ser mortales, en el cuello del sujeto. Hecho el truco, el vocalista lanza, desgarrado la percepción íntima potenciada por los instrumentos: “Efímero se me hace el sol en el poniente. ¿Acaso ahí estarás en la mañana, nuevamente, bella mía? ¿Acaso ahí estarás? ¿Cuando vuelva por ti?”. En la movilidad de la materia, entiende, lúcido y adolorido, que habrá que despejar los ojos a muchas certidumbres. Seguir.
“Pero el tiempo es imperativo” (Canción abril, León Bruno)
Cerrar con una frase. Hace algunos años en un concierto del lanzamiento de su segundo y último CD, exhaustos, el cantante exclama una bandera, persistiendo en su camino creativo como grupo, estirando su defensa en esos últimos segundos de la canción La piedra.
Ahí se aminoran los espasmos de una guitarra y ya asentado un camino tenso y silente extienden, al fin, su pequeña épica pero su sencilla pretensión pasional, haber sacado sus deseos musicales en algo que quisieron, dentro de un país donde aún se cultiva, autómata, la violencia: “En la constelación de la muerte, sin miedo, canto”. Como lo puede dar una cantadora folclórica, un viejo recuerdo de un abuelo, las palabras que embiste un rapero, como lo puede dar un grupo de rock. Sabemos que León Bruno, lo dio todo.