Por Rodrigo Castaño
Cuando recibo el mensaje para escribir acerca de estos cuatro discos, lo primero que pienso es: bien, ahora debo reinventarme ideológicamente para plasmar lo mejor de lo que escuche e intentar aterrizar los conceptos individuales de sus creadores, jugando a darle un tono discreto, objetivo —hasta donde pueda—, libre de sarcasmos y de puntillas que crucifiquen a los artistas nacionales que ya están lo suficientemente lacerados como para que yo siga derritiendo sandeces, improperios y desmadres por doquier sobre sus obras, y hacer las veces de Jorge Barón —sin patadita— para que salgan tan bien librados que al menos Ponqué Ramo quiera auspiciar su próximo concierto en vivo. Sin embargo, careció de total sacrificio mi labor pues Don Adolfo (y no el “Don Adolfo” nazi de El Águila Descalza sino el señor director de esta revista) premió mi incursión en las letras de su medio con unas piezas que merecen, sin dudarlo, aplauso, revolcón y despeluque.
Mediante más de una década que le he dedicado al rock nacional, he notado que las búsquedas de los músicos viran hacia el cambio que se produce en su público pero no solamente desde el sonido sino desde el mensaje, desde la fuerza del contenido. Es ahí donde tienen la firme intención de causar recordación con un coro, un estribillo y, en algunas otras ocasiones, las canciones que logran quedarse pegadas y se convierten en parte del llavero son las que, amalgamando riffs, voces, técnica y energía, aplacan el virtuosismo sin fundamento que puso en el refrigerador al rock nacional durante algunos años, empezando ahora a ligarse a lo simple, a las estructuras básicas de sus géneros musicales correspondientes y, líricamente, encaminando sus conceptos hacia argumentos para llevar en el bolsillo frases citables en conversaciones con amigos y familiares, despojadas de vanagloria innecesaria.
Esto no significa que hayan dejado de crear, componer, proponer, ni mucho menos que lo hecho en Colombia —como dicen los True Rockers de las redes sociales— sea el resultado de una copia europea aplastada por la falta de identidad y criterio. Al contrario, su capacidad de invención es tan sigilosa que denota frescura y sencillez desde la limpieza de su ejecución instrumental, la sensatez de un sonido sin cortes, al natural, sin maquillaje como en el caso de Raise the Fire America, el más reciente trabajo del talentoso Carlos Elliot Jr., quien bajo su figura extraña de Power Blues Duo, deja manifiesto que en la música como en el amor —a veces— tres son multitud. La exploración del fuego y el reconocimiento de éste como elemental de la naturaleza, permite que el disco transforme, embelese e impregne de una sensación de libertad y bienestar que pocas veces, por no decir nunca, he sentido en un disco de blues nacional. [VER EL SEMILLERO PRESENTA: RYNNO]
Coincidió la tarea con una banda caleña de thrash metal que lleva más de quince años haciendo música bajo el concepto de la ruptura de la mediocridad, el límite de la tolerancia y la hipocresía, las críticas a la corrupción, a la jerarquía de la iglesia y la concientización social. Sagros y su álbum Anger Blinds The Mind es una producción gustosa de oír, con fuerza, fruto de un parto duradero —casi tres años de larga y angustiante espera les llevó sacarlo al mercado—, y de un trabajo meritorio del batería quien ametralla métricamente desde los parches, se acompaña de la guía contundente del bajo y complementa con el juego melódico-armonioso de las guitarras. En el pasado Festival Bogothrash, cuando Sergio, vocalista de Sagros, dio un alarido desgarrador que conmocionó a la muchedumbre mientras interpretaban Falsa Victoria, había delante de mí dos thrasheros vallunos (sí, se lee hasta raro pero así es la cosa aquí) escuchando atentamente, de repente uno le dice al otro: — ¡Qué hijueputa voz!, —aludiendo al cantante—, a lo que el otro respondió: — ¡más hijueputa serás vos, no me jodás! Definitivamente Cali es Cali; lo demás… es lo de menos.
En fin, Sagros es una banda que va de frente ante las problemáticas sociales, dicen lo que quieren, lo dicen como quieren y lo tocan como se les da la gana; afortunados nosotros que lo hagan de lujo. Sin duda, a esta máquina de metal no le tiembla el cigüeñal.
Yendo de nuevo a conocer obras paisas —porque Carlos Elliot Jr también es paisa—, ya con mis crespos más enredados de lo normal de tanto cabecear, le di play al trabajo impecable de Blasting Hatred, Wak’a Atiy Kasu y me obligué a —como dicen las nuevas generaciones— sacudir la peluca de nuevo. ¡Tremendo discazo! Gratamente sorprendido con este despliegue de sensaciones ancestrales.
Con más de diez años plasmando en su música y sus letras la fiereza de las culturas Prehispánicas, estos paisas enaltecen el brutal death metal colombiano, manteniendo firmes las raíces, el respeto por los ancestros y sus historias, poniendo en alto el desempeño y la técnica propia. Armónicos y solos tocados con suma pulcritud, cortes y remates finísimos, una voz gutural manejada de forma loable y un cúmulo de limaduras que hacen de este álbum un acompañante atrayente para la reconciliación de la memoria. La sangre, el sufrimiento, las creencias y convicciones de nuestros antepasados son las características que hacen las veces de musa inspiradora para esta agrupación. Si quien lee esto se concibe como alguien que gusta de la historia, no deje de escucharlo. Yo lo gocé enormemente. [VER FRÍO COMO EL METAL]
Seguidamente de la dosis implacable de metal y el resumen atroz de nuestras memorias, me dispuse, para rematar el día, a escuchar a los señores de Old Enemies. Después de Strong Like Titans, Loathsome Motherfucker y Threating Skies, repetí un par de veces Imaginary Friends Syndrome, cuarto corte del disco —homónimo de la producción discográfica— donde se siente la combinación de estridencia, el trabajo vocal exigente, las frenadas sincopadas, sus experimentaciones de tempo y las melodías abiertas a terceras que marcan una diferencia notoria. Esta banda se distingue por su sonido nueva era y por la incursión en un campo que ha sido abarcado por muchos pero al que pocos han llegado obteniendo un resultado exitoso. Un buen aterrizaje para este vuelo rocanrolero.
En la mayoría de casos en los que se dedica una jornada amplia a digerir rock nacional, siempre existe algún tipo de desencanto, agravio o apatía con lo logrado y escuchado, no obstante, estos artistas mencionados brillan entre muchísimos por la potencia de sus ingenios, cuentan con la benevolencia de sus producciones que exteriorizan favorablemente su música, los sellos disqueros —el mismo en tres de ellos: Hateworks— que progresan a pasos agigantados en calidad y, además, el oído humilde, ansioso y siempre insatisfecho de personajes dispuestos a aprender, recrearse, disfrutar y repetir las canciones que a su antojo y gusto merezcan nuevamente una reproducción y un aumento de volumen.
Con más llaneza que timidez, invito a quien haya leído hasta aquí a que escuche atentamente estas buenas obras, piezas valiosas que se han convertido en parte del archivo de nuestro sonido fuerte, del rock con contenido y de la sufrida, escondida y mal llamada música pesada —supongo que los que la llaman así lo hacen sin reconocer verdaderamente “su peso” en nuestra historia musical—.
Dejo unos recomendados por disco, para el que se antoje y quiera salir de los catorce cañonazos:
ARTISTA CANCIÓN RECOMENDADA ÁLBUM
Carlos Elliot Jr. Ritual Fire Raise The Fire America
Carlos Elliot Jr. Black, white or native, we´re all americans Raise The Fire America
Sagros For Your Blood Anger Blind The Minds
Sagros Asesinos Anger Blind The Minds
Blasting Hatred The Mictlan Wak’a Atiy Kasu
Blasting Hatred Kataklismik Wrath Of Chibchacum Wak’a Atiy Kasu
Old Enemies Imaginary Friends Syndrome Imaginary Friends Syndrome
Old Enemies The Devil’s Music Imaginary Friends Syndrome