Por Nathy Gómez - https://www.facebook.com/nathy.gomez
Del 18 al 22 de septiembre de 2013 nos dimos cita más de 600.000 personas en las canchas panamericanas de Cali (según cifras de la Secretaría de Cultura y Turismo de Cali) para disfrutar, escuchar y conocer la riqueza musical proveniente del Pacífico colombiano.
Por ser mi primera vez en la sultana del valle y en el festival, como buena melómana decidí ahondar en la historia del Petronio y escuchar aquellos canciones emblemas, recorrer la ciudadela del Pacífico para beber arrechón, viche, tumbacatre, tomaseca, degustar la gastronomía que se exponía en cada puesto y comedor, intentar seguirle el paso al público, encontrarme con gente conocida de Bogotá que también venían atraídos por la rumba que se prende en el Petronio cada noche.
No me puedo quejar, los cinco días del Festival me los bailé hasta que mis pies no dieron más, bebí hasta que mi cuerpo no resistió una copa más de viche, disfrute la gala de inauguración que reflejó el camino exitoso que han logrado grupos como Canalón de Timbiquí y Herencia de Timbiquí, en las eliminatorias me sorprendí con la calidad de sonido con que estos participantes vienen a validarse con el jurado y el público, arme parche y me encontré con viejos conocidos en las canchas, con los que termine de remate en la calle del pecado o en el rincón de Don Helberth, escuché y vi al maestro Gualajo en vivo (un sueño de melómana hecho realidad) y aprendí un poco más en los conversatorios académicos en los que discutió temas relacionados con patrimonialización, paisaje cultural del Pacífico y la problemática fusión de músicas tradicionales. Sin embargo, a pesar de lo bonito que sonó y observé en el festival, sentí en un punto que algo no cuadraba y después de revisar mi libreta de apuntes y las fotografías que había tomado durante estos días, me di cuenta que parte de mi molestia estaba vinculada con la persistente etnización y exotización con la que tendemos a construir y mirar nuestra otredad, en este caso son los negros o denominados afrocolombianos.
Lo anterior se refleja con la sobreexposición de lo que se denomina ser negro en este país. Con esto me refiero a la exhibición de sus productos de belleza, ropa, bebidas que aquí denominan “autóctonas”, sus comidas tradicionales como algo lejano -extraño en nuestras ciudades- y el “espíritu” de sabor y rumbero que está comunidades tienen. Pensar que las personas provenientes de estas zonas del país están destinadas a estas actividades: cocinar, beber, tocar su música y bailar, despierta en mi una alarma al encontrar que estos discursos están tan naturalizados en los asistentes del Petronio Álvarez, en donde era común escuchar comentarios relacionados con las excentricidades de la mujer negra, la poca higiene en las cocinas, el “con razón tienen tantos hijos” cuando pasaban ofreciendo viche o arrechón, “tenaz ver las calles de Cali llenas de niches” y “lo bueno que baila ese negro”. [VER Cali: Del Petronio al Mercado y del Mercado al Petronio]
También encontré lo transgresor que puede llegar a ser la presencia de “blancos” en este tipo de espacios al ser los que se emborrachan, pelean y fuman marihuana, generando una molestia en el resto de los asistentes al encontrar otro tipo de significados al asistir ahí. En el caso de los remates, se realizaban improvisaciones en un comienzo muy buenas y luego terminaban repitiendo las canciones de siempre: ki le le, la arrechera, la vamo’ a tumbar, la memoria de Justino y mi Buenaventura. Me quedé con las ganas de oír nuevas creaciones sonoras que podrían nacer de aquellos encuentros nocturnos.
Si bien el festival en los últimos años ha ido obteniendo mayor reconocimiento a nivel nacional y ha sido un lugar de validación de músicos del Pacífico y de las capitales del país, también valdría la pena ver como le ha caído de bien a la capital vallecaucana en aumentar la cantidad de turistas que viajan atraídos por lo que sucede ahí y la maquinaría política que se esconde tras los discursos demagógicos, tal como el que expresó el alcalde Guerrero en la gala inaugural al decir que "Todos somos afro, si Adán y Eva existieron seguramente lo fueron, y aquí, en este Festival de Música todos demostramos serlo". Cuando todo parecía más aburrido el querido mandatario se despide alzando un pañuelo blanco ganándose los chiflidos de los asistentes entre esos los míos.
En lo relacionado con las eliminatorias en las cuatro categorías (marimba, chirimía, violines caucanos y modalidad libre) a pesar de mi poco conocimiento musical, conocí el sonido de un violín caucano y pude relacionar ciertos elementos de la música del Pacífico que se encuentran en otras expresiones musicales del país como los bambucos. Los ganadores de las primeras tres categorías fueron: el grupo Tamafrí de Buenaventura, Rancho Aparte de Quibdó y el grupo Palmeras de Santander de Quilichao. En lo que se refiere a la modalidad libre (la más discutida) demuestra que para ganar esta categoría vale la pena intentarlo más de una vez, tal como le sucedió a La Revuelta; para esta edición los ganadores fueron Marimba y Son de Buenaventura quienes lograron mezclar el sonido de la marimba con jazz, vientos y teclados.
Las presentaciones del sábado sirvieron de puente con sonidos de San Andrés con Orange Hill y con Senegal-Brasil bajo el mando del príncipe Mamour Ba quién nos demostró por qué la música está en el cuerpo y no tanto en los instrumentos. El balance final en palabras de Manuel Sevilla: “Hubo riesgos y los riesgos lograron pagar la apuesta”.
Mi intención final con este escrito no es atacar al Festival Petronio Álvarez y calificarlo como un espacio maldito que debe acabarse, más bien mi reflexión está dirigida en dos puntos que son: 1) Si bien el festival representa una oportunidad de conocer a qué suena el Pacífico desde cualquier latitud, ¿qué viene para las comunidades negras después de este evento?, ¿Sólo los llamamos a Cali cuando hay eventos importantes como el Petronio o la cumbre mundial de mandatarios afrodescendientes? y 2) Si nos trasladamos a Cali a pasarla muy bien, por qué no podemos aprender a ver a ese otro, al negro como un ser humano común y corriente que sufre, ríe, opina, sueña, trabaja, piensa y sobrevive como la mayoría?
El día que compartamos sin restricciones racistas, regionalistas y clasistas con aquellos que consideramos diferentes por vivir en lugares lejanos, olvidados, invisibilizados y explotados, creería que hemos logrado hacer una auto-intervención con fines políticos (no me refiero a ideologías) en favor de transformar realidades.
¡Nos vemos del 13 al 17 de agosto del 2014!
Galería fotográfica completa: http://www.flickr.com/photos/nathygomezz/sets/72157635935942226/