Por Lucía Ibáñez & Urián Sarmiento - @sonidosenraiz
“Llora el agua, llora el agua”, coro de la Juga Grande, resuena como una alegoría de la tragedia, personificando al agua como si ésta sintiera en un llanto, la catástrofe que está viviendo en las orillas del mar Pacífico en el departamento de Nariño. Llora el Agua mientras recorre sus selvas, montañas y guandales, al ver las troneras creadas por la “retro”, los confrontamientos, los cultivos de pancoger estériles, los pueblos abandonados, los animales muertos, la mancha de petróleo que cambia el color de los bolsillos de las piangueras.
Y bueno, en este país, la modernidad nos toca en diferentes instancias.
En un barrio llamado Viento Libre, al lado del Puente del Pindo, puente que une la isla principal de Tumaco al continente, vive Eva Pastora Riascos Baguís, directora del grupo Perlas del Pacífico. Todos los músicos de Perlas viven en Viento Libre y del otro lado del Pindo. Estos barrios son parte de Tumaco, la segunda urbe más grande del Pacífico colombiano y dentro de ellos se respira el ambiente rural de los habitantes que lo fundaron venidos de los ríos aledaños como el río Mira, Gualajo, Chaguí, Patía que llegaron a Tumaco buscando oportunidades entre los 60´s y 80´s.
“Cuando yo me veo, pangora, por los arrabales, pangora, caminando juntos, pangora, con los animales, pangora, Pangorita pangoriii" verso del bambuco viejo, Pangorita.
Llora el Agua es el nombre del primer disco de la agrupación Perlas del Pacífico. Tiene como valor especial, que es es la primera publicación dedicada al registro de un estilo de interpretación muy particular al Nariño Pacífico, hoy día casi en desuso por la mayoría de agrupaciones de marimba: el bambuco viejo, o “de costa abajo” como lo llaman ellos. La música registrada en el disco Llora el agua pertenece a esta especial tradición que la agrupación Perlas del Pacífico viene cultivando desde el año 1960 y que mantiene en una firme y estoica posición de no dejarse arrastrar por las olas de estandarización, comercialización y tarimización. Este disco resulta ser uno de los precedentes de un estilo que probablemente sea una de las manifestaciones más antiguas registradas hoy del bambuco viejo del Pacífico sur colombiano. Llora el Agua, nos trae el sonido antiguo de cuando el bambuco vivía aún en la selva, de cuando las historias de aparición del Diablo en las fiestas, de cuando la vida se perdía en una pelea a machete después de una épica tocata.
¨Ninguno se admire, que el mundo es así, niñas del convento, salen a parir¨, verso del bambuco viejo, Pangorita.
Con su lenguaje honesto, frentero y sencillo del mundo campesino, de una madre que tocaba violín y un padre músico de guitarra, nace, en la vuelta de Pumbí del río Patía Bajo, Eva Pastora Riascos Baguí. A finales de los 70´s migra a Tumaco a abrir caminos. Si hoy este viaje dura aproximadamente 24 horas pasando por el río Telembí, Roberto Payán, Barbacoas y por la carretera a Pasto, no imagino cuánto duraba en ese entonces. Duraba tanto, que seguro por eso no volvió hasta 35 años después, cuando su territorio de origen se había reconfigurado para ser totalmente desconocido y casi invisitable; en todo caso infotografiable, pues está prohibido entrar cámaras ahí, prohibición tácita, como muchas otras de la región.
Cuando llegó a Tumaco, encontró en La Cueva del Sapo las fiestas de los “suyos”. Era un lugar donde se reunían todos los ribereños que habían migrado y que traían destrezas distintas en el arte de tocar la marimba, el bombo, el cununo y en el arte de cantar. Los músicos que frecuentaban La Cueva del Sapo se volvieron leyendas, como la del bombero albino que todos los viejos aseguran nunca haber visto a nadie tocar mejor.
Pastora entró a Perlas del Pacífico siendo una mujer joven que portaba “lo viejo” de los sonidos de la selva a penas llegó a Tumaco y creció con este grupo hasta ahora. Esta música y sus personajes están cargados de la hostilidad de su medio que cambió tanto y ahora está inmerso en una realidad de guerra muy distante para los de las grandes ciudades.
“Usté sabe que a mi no me gusta ese tal micrófono cerca” palabras de Pastora en prueba de sonido en el Teatro Colón día del lanzamiento del disco.
Hay tipos de música que es mejor escucharlas al natural, de cerca y sin nada más que amplifique su sonido que la propia naturaleza acústica de sus instrumentos. Ir a un concierto hoy día consiste en dirigirse a un lugar adecuado para esto, hacerse al frente de la tarima y recibir lo que los músicos mandan desde allí a través del equipo de sonido; para el músico, ponerse la pinta, dirigirse al mismo lugar al que va el público a verlo, salir a la tarima, hacerse al frente del público y lanzarles música a través del equipo de sonido.
Hay tipos de música que no funcionan como espectáculo, que no son para entretener, que más bien son para transportar a través del sonido al oyente a lugares desconocidos.
Su ubicación casi circular nos enseña que hay prioridades que olvidamos a la hora de pensar en que la música llegue a grandes audiencias. Sin embargo, esa puesta en escena abre grandes interrogantes: ¿homogeneización de la diversidad musical? ¿espectacularización de la música? Al final, ¿qué es la música para nosotros? ¿Qué función cumple?
Ya sea en el Petronio Álvarez, en el patio de la casa de la señora Pastora o en el teatro más elegante, su ubicación para tocar es y será la misma, como si formaran una sólida burbuja sónica en la que la prioridad no es como los vea mejor la gente sino la manera como ellos aprendieron a transmitir de forma contundente su arte. En círculo, mirándose entre ellos, como para no cortar el diálogo, así toca Perlas, como en un ritual, donde nada se puede cambiar porque sino no sucede la magia: el bambuco viejo.
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